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5/2007 – La prensa italiana sobre el Dia del Recuerdo

La prensa italiana sobre el Dia del Recuerdo

 Con ocasión del Día Del Recuerdo, 10 de febrero, la prensa italiana ha dedicado enteros servicios a las vicisitudes del confín oriental en los años 1945-’47, de los destrozados en las Foibe y del éxodo de la población italiana autóctona de  Venecia Giulia y de Dalmazia a continuación de la cesión de aquellos territorios a la Yugoslavia de Tito. Queremos proponer a nuestros lectores una intervención del historiador Paolo Simoncelli aparecida en “l’Avvenire” del 31 de enero 2007 titulado Éxodo y foibe, la vergüenza de Istria y un comentario de Mario Cervi aparecido en “Il Giornale” del 11 de febrero 2007, titulado Liberarse del Mejor.

Éxodo y foibe, la vergüenza de Istria

El domingo pasado en estas páginas el estilista Ottavio Missoni ha recordado su Zara, y la relativa voz de la Enciclopedia Italiana que daba la ciudad por rasurada «inexplicablemente» por 54  bombardeos aliados; explicación simplísima: Tito quería la abrasión material de una ciudad
sin dudas italiana.
Es suficiente pensar a la motivación de la medalla de oro a la ciudad de Zara: se lee como «resistencia» (¡a los alemanes!) y de bombardeos aéreos que han devastado la ciudad «más que cualquier capital de provincia de nuestro País», callando oportunamente la nacionalidad de los bombarderos, induciendo a la sospecha, inducida por la acción precedente de «resistencia», que puedan haber sido alemanes. Es por circunstancias como éstas que las revocaciones, de otro modo retóricas y barrocas, encuentran razón de ser. El 10 de febrero próximo harán 60 años de la firma impuesta a Italia por el tratado de paz de París. Impuesta, hemos dicho. Es sintomática hoy la distancia emotiva colectiva de aquellas angustiosas decisiones.
De Gasperi en el famoso discurso del 10 de agosto '46 en la "Conferencia de los Veintiuno" acusó explícitamente a los aliados de herir en lo profundo la conciencia nacional italiana y, consintiendo a los yugoslavos de ocupar «el 81% del territorio de Venecia Giulia», de provocar la expulsión en masa de los ciudadanos italianos istrianos y giuliano-dalmatos. La solución punitiva que se acercaba, desdecía toda la política italiana de la «cobeligeranza» y de la «resistencia». Patético que Saragat pidiera el poner «de relieve la actividad de los antifascistas en Italia y en el extranjero»; De Gasperi pensaba más bien «en pedir el plebiscito» (como sugerido también por el obispo de Trieste, monseñor Santin). Todo en vano. Tanto por perfilar hasta la hipótesis de no firmar el tratado de paz siendo evidentes, escribía de Moscú el embajador Quaroni, «las injusticias concretas a nuestro resguardo» y la violación de los «principios mismos por los cuales América había entrado en guerra»; pocas semanas después Quaroni debía todavía recordar  a Nenni ministro de Asuntos Exteriores el diktat jurídico impuesto por los vencedores: «Italia habiendo capitulado sin condiciones […] se ha explícitamente comprometido en aceptar todas las condiciones que le habrían sido impuestas por los vencedores». Es decir, el éxodo después de las foibe. Pero no fue sólo voluntad castigadora. Hubo también de parte de los aliados un maquiavelismo vergonzoso: pocos días antes del final de la guerra, el embajador en Washington, Tarchiani, escribía a De Gasperi sobre la «no excesiva aprehensión aliada» por una ya próxima «ocupación permanente yugoslava de Trieste, jugando con un tal elemento como fuente de irreconciliable enemistad entre Italia y Rusia, y por tanto como antídoto a un bolchevismo de nuestro País, temido aquí y en Londres ».
En conclusión a las foibe carsicas, a los éxodos, a las devastaciones, se han añadido, aceptadas vergonzosamente, las foibe del oportunismo político que debían rendir las generaciones
italianas de después de la guerra, desterradas también éstas, pero de la memoria.
 
Paolo Simoncelli

 

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