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2/2007 – Día del Recuerdo 2006-El Presidente de la República Ciampi confería…

Día del Recuerdo 2006
El Presidente de la República Ciampi confería
Por primera vez las condecoraciones a los cónyuges de veinte enfoibados
La medalla de oro al Mérito Civil a la memoria de Norma Cossetto

Roma. El Presidente de la República Carlo Azeglio Ciampi ha consignado, el 8 de febrero del 2006, en el curso de una solemne ceremonia en el palacio del Quirinale con ocasión del Día del Recuerdo, veinte condecoraciones a otros tantos cónyuges de enfoibados.
Estaban presentes los más altos cargos del Estado, parlamentarios, autoridades civiles y militares. Presentes el presidente de la Federación de las Asociaciones de los desterrados Istrianos, Fiumanos y Dalmatos, Guido Brazzoduro, y de la ANVGD los vicepresidentes nacionales Fulvio Aquilante y Silvio Cattalini, así como el Secretario nacional, Oliviero Zoia.
El predecesor del actual Jefe de Estado Giorgio Napolitano ha pronunciado un discurso que reproducimos y ha, sucesivamente, consignado los diplomas y las medallas conmemorativas y, además, ha consignado una Medalla de Oro al Mérito Civil a la Memoria de Norma Cossetto – emblema de la violencia ejercitada por los partidarios de Tito – a la hermana señora Licia.
 
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Estoy hoy aquí con vosotros, para honorar las finalidades de la Ley que, con una decisión tomada unánimemente por el Parlamento, ha instituido el Día del Recuerdo. La cito: ‘conservar y renovar la memoria de la tragedia de los italianos y de todas las víctimas de las foibe, del éxodo de sus tierras de los istrianos, fiumanos y dalmatos después de la guerra y de la más compleja vicisitud del confín oriental’.
Es justo que a los años del silencio le siga la solemne afirmación del recuerdo. La celebración de este año se enriquece de un momento de grande significado: la primera consigna a cónyuges de las víctimas de una medalla dedicada a cuantos perecieron en modo atroz, en las foibe, al final de la segunda guerra mundial.
El reconocimiento del suplicio padecido es un acto de justicia de cara a cada una de las víctimas, devuelve su existencia a la realidad presente porque las custodia en la plenitud de su valor, como individuos y ciudadanos italianos.
 La evocación de sus sufrimientos, y del dolor de cuantos se vieron obligados a alejarse para siempre de sus casas en Istria, en Quarnaro y en Dalmazia, nos une hoy en el respeto y en la meditación. Nuestro encuentro no tiene un valor puramente simbólico; testifica la toma de conciencia de la entera comunidad nacional.
Italia no puede y no quiere olvidar: no porque nos anime el resentimiento, sino porque queremos que las tragedias del pasado no se repitan en el futuro. La responsabilidad que advertimos de frente a las jóvenes generaciones nos impone el transmitirles el conocimiento de acontecimientos que constituyen parte integrante de la historia de nuestra patria.
La memoria nos ayuda a mirar el pasado con entereza de sentimientos, a reconocernos en nuestra identidad, a radicarnos en sus valores fundantes para construir un futuro nuevo y mejor.
El odio y la limpieza étnica han sido el abominable corolario de la Europa trágica del Novecientos, sacudida por una lucha sin cuartel entre nacionalismos exasperados. La Segunda guerra mundial, desencadenada por los regímenes dictatoriales portadores de perversas ideologías racistas, ha destruido la vida de millones de personas en nuestro continente, ha lacerado enteras naciones, ha corrido el riesgo de tragarse la misma civilización europea.
Esta civilización – a la cual nosotros italianos hemos dado, en el curso de los siglos, una extraordinaria contribución intelectual y espiritual – esta hecha de humanidad, respeto por ‘el otro’, fe en la razón y en el derecho, solidaridad. Las prevaricaciones de los totalitarismos no han conseguido destruir estos principios: éstos has resucitado, más fuertes que nunca, sobre las devastaciones de la guerra; han cimentado la voluntad de los europeos de perseguir, unidos, objetivos de paz y de progreso.
Italia, reconciliada en nombre de la democracia, reconstruida después de los desastres de la Segunda Guerra Mundial también con la contribución de inteligencia y de trabajo de los desterrados istrianos, fiumanos y dalmatos, ha concluido una opción fundamental. Ha identificado el propio destino con el de una Europa que se ha dejado a la espalda odios y rencores, que ha decidido construir el propio futuro con la colaboración entre sus pueblos basada en la confianza, en la libertad, en la comprensión.
En esta Europa de hermandad y de paz, las minorías ya no son víctimas de divisiones y de exclusiones, sino que son fuente y símbolo de respeto y enriquecimiento recíproco, de diálogo y de constructiva colaboración.
 Animada por este espíritu, Italia ha reforzado el propio compromiso para favorecer el proceso de renacimiento y de reafirmación de los derechos de las minorías italianas en Eslovenia y Croacia, en base a los principios a los que deben atenerse todos los Países miembros de la Unión Europea.
Nuestro europeísmo no niega, al contrario, refuerza el amor por la patria, enraizado en los ideales del la Independencia. Estos nos han transmitido, junto a la descubierta conciencia de la unidad nacional, el sentimiento profundo de fraternidad entre todas las naciones, libres e independientes.
A más de cincuenta años de distancia del inicio del proyecto político europeo, el conocimiento de las razones que lo determinaron, la memoria de los riesgos fatales corridos por los pueblos europeos, son necesarios para mantener vigilantes las defensas de los cimientos del vivir civil, del respeto por la dignidad de la persona humana. Al recordar el camino recorrido desde entonces, podemos reivindicar con orgullo, después de los crueles trabajos del siglo pasado, las extraordinarias acciones concluidas.
El recuerdo de aquellos trabajos y del indecible fardo de dolor que esos han impuesto a los pueblos europeos refuerza la conciencia de los valores de civilización en los que se hace palpable la identidad europea. El presente y el futuro de Europa se fundan en el sentimiento de común pertenencia de todos los europeos y en la consolidación de un único espacio en el que los principios y las libertades de la Unión Europea sean plenamente condivididas por todos. La voluntad de pueblos un tiempo fieramente adversos de vivir juntos, en la Unión Europea, asegura un futuro de común progreso, en la democracia y en la libertad.

Carlo Azeglio Ciampi

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