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11/2007 – Se abren fragmentos de verdades sobre los crimenes del Comunismo yugoslavo

Se abren fragmentos de verdades
sobre los crimenes del Comunismo yugoslavo 

En estos últimos años se han hecho frecuentes en Croacia y en Eslovenia las publicaciones, los encuentros, las entrevistas a personajes de más o menos relevancia, dirigidos a denunciar los crímenes cometidos por el régimen comunista yugoslavo entre el final de la segunda guerra mundial y el inicio de la posguerra.
No es ninguna novedad para nosotros, desterrados italianos de Venecia Giulia y de Dalmazia, que hemos vivido personalmente aquellos eventos, ni para los pocos especialistas que tenían la vocación de autoexcluirse de los grandes circuitos mediáticos para ocuparse de asuntos como los nuestros, de los cuales nadie quería ocuparse en el pasado.
 Sabíamos bien que complejo enredo de tradiciones nacionales, de ideologías, de odios étnicos y religiosos había marcado la historia de los pueblos de la ex República Federal Yugoslava, de la larga gestación del ochocientos de un estado unitario, del ilirismo al yugoslavismo, a las contradicciones de las guerras balcánicas del 1912-1913 y del primer conflicto mundial, con los regimientos croatas y eslovenos en primera línea para defender el imperio de los Ausburgo y sus dirigentes yugoslavistas que se reunían en Corfu y en otros lugares para lanzar las bases de un estado monárquico unitario bajo la dinastía de los Karageorgevic.
Sabían de las tensiones internas entre los distintos pueblos durante la veintena del Reino de Yugoslavia, que convertían en impracticable e impotente la Scùpcina de Belgrado y que explotaron en el 1941, preparadas y favorecidas por Italia y Alemania, que tenían interés en derruir aquella construcción, proyectada sobre las ruinas del imperio austriaco y para reducir a nada el Pacto de Londres del 1915, que prometía a Italia las “tierras irredentas”.
Conocemos el recurrente juego político en la piel de aquellas poblaciones, protegidas e instrumentalizadas para definir áreas de influencia en la Europa sud-oriental. Se esta repitiendo hoy también entre Alemania, Rusia, Francia y Gran Bretaña, con Estados Unidos como juez supremo y con Italia como “quinto incómodo”, siempre en medio sin tener la fuerza para defender los propios intereses.
No nos extrañan, por tanto, ni las “guerras patrióticas” del último decenio del Novecientos, ni el actual enredo del Kosovo, ni el fluir de iniciativas en la prensa y en la opinión pública croata y eslovena para llevar a la luz los métodos feroces con los que se impuso a la ex-Yugoslavia la “pax titina”.
De las fosas comunes de Bleiburg a las foibe de Kocevje y a las baladas de esta parte de los Alpes Giulios.

La prensa católica sobre la tragedia de Venecia Giulia

Después de las declaraciones de competentes prelados de la Iglesia croata el verano pasado también el diario “L’Avvenire” ha dedicado a estas destrucciones la justa relevancia en las ediciones 7 y del 17 del pasado octubre.
Hemos acogido siempre con satisfacción los artículos y los servicios que “L’Avvenire” y una parte de la prensa católica han dedicado a las persecuciones sufridas por los italianos de Venecia Giulia y de Dalmazia. Un factor relevante, y a menudo decisivo, de estas persecuciones obra del antiguo régimen comunista yugoslavo, era efectivamente el factor religioso, y en particular, por lo relacionado a los territorios habitados por italianos, la pertenencia a la Iglesia Católica y los testimonios de fe que de ella provenían. Aunque no nos olvidamos de las notas desentonadas de algunos periódicos de hace unos años, que habían levantado una justa indignación de nuestra gente y una reprimenda de las autoridades eclesiásticas.
De reciente también hemos tenido el honor de ver criticado por el “Osservatore Romano” (5 agosto 2007) un volumen de memorias dedicado al Padre Flaminio Rocchi, que ha sido uno de los numerosos sacerdotes que nos han acompañado en el éxodo al acabar el segundo conflicto mundial y que nos ha seguido en los decenios sucesivos.
 Una amplia documentación en posesión de nuestras asociaciones y también del Estado (Archivos de Estado, Ministerio de Asuntos Exteriores, etc.) evidencia como las celebraciones de fiestas religiosas, la frecuencia a las funciones litúrgicas y a los sacramentos, la pertenencia a asociaciones católicas (Acción Católica, ACLI, etc.), se convertía con frecuencia en un elemento de acusa a las personas, a las familias, a los profesores y a sus alumnos, como “enemigos del pueblo” o de la “revolución”.
De hecho, no puede olvidarse – y por nuestra parte, es lo que hace falta subrayar, por precisión histórica y para evitar sobre entendimientos y equivocaciones – que las provincias de Pola, Fiume y Zara, así como las provincias de Gorizia y Trieste en su extensión de entonces, pertenecían por derecho al Estado italiano en virtud de tratados internacionales. Las relativas diócesis y provincias religiosas formaban, por tanto, parte de las circunscripciones eclesiásticas italianas, e importantes eventos religiosos, como los congresos eucarísticos, se desarrollaban regularmente en nuestras ciudades, como en cualquier otra parte del entonces Reino de Italia.
La referencia de 7000 italianos despedazados por las formaciones comunistas yugoslavas (que formaban parte del AVNOJ a las ordenes del mariscal Tito) solo en los territorios pertenecientes hoy a la República eslovena y entonces pertenecientes a Italia (valles de Isonzo, de Idria y de Vipacco, Carso y la costa istriana septentrional) representa una cifra de todos modos impresionante si se relaciona con lugares donde la minoría autóctona italiana – con excepción de la costa istriana – era minoritaria.
A estas últimas víctimas se unen los miles de italianos de la Istria hoy croata y de las ciudades de Fiume y de Zara – donde los italianos autóctonos eran sin embargo la grande mayoría – asesinados de la misma manera por las formaciones yugoslavas comunistas. Se llega así a la estimación  aproximada de 15.000-20.000 personas, si se incluyen militares y civiles, asesinados inmediatamente después de la captura o perecidos en los meses sucesivos en los campos de concentración yugoslavos, como el esloveno de Borovnica, citado en el artículo, o el croata de Stara Gradiska.
Lo que emerge de estudios recientes y cuidadosas investigaciones confirma plenamente lo que siempre han sostenido nuestras asociaciones de desterrados y que ha permanecido ignorado por medio siglo, hasta la reciente institución del Día del Recuerdo – 10 de febrero – con la ley n. 92 del 2004. Salen a la luz la enormidad de crímenes cometidos en nombre de una ideología atea y materialista, que en nuestro caso nos castigaba en cuanto católicos y en cuanto italianos.
Es evidente que estos últimos datos, si son relacionados a los asesinatos verificados en el mismo periodo a mano de las mismas milicias de Tito en perjuicio de los adversarios políticos de las distintas nacionalidades que vivían en los confines de los territorios del Estado yugoslavo del 1940 (croatas, serbios, eslovenos, bosnios, albaneses, eslavo-macedonios, hungaros, etc.) pueden parecer minoritarios, pero no es así si se confrontan a la población italiana de la Venecia Giulia de entonces, que contaba con casi un millón de habitantes, incluidos los territorios de Trieste y de Gorizia devueltos a Italia en el 1947 y en el 1954.
Fueron asesinados 39 sacerdotes por los partidarios de Tito en un año y medio, de lo cuales 36 eran de nacionalidad italiana, casi todos autóctonos de nuestra región. Como para los otros mártires, sea cual sea su nacionalidad, esperamos que sea reconocido el martirio de nuestros sacerdotes y religiosos que han perdido la vida a causa de la fe. Para algunos de ellos ya se ha comenzado el proceso de beatificación. 
Quizás podemos decir, sin pecar de inmodestia, que ha sido la Italia democrática a abrir camino, entre los años noventa y la ley del 2004, a esta toma de conciencia colectiva: que aun un movimiento y un régimen, como el comunista de Tito, han llegado a la victoria sembrando la muerte en los mismos pueblos que querían proteger, por no hablar de los “otros”, los “extranjeros”, de los que hacía falta “limpiar” los territorios fronterizos, sin que tuviese importancia alguna su identidad autóctona y la historia de su pasado cultural y político.                                                                                     
                                                                                          
Lucio Toth
 

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